"La noche del viernes 20
de Agosto de 2004 era mi despedida de mis amigos pues el domingo siguiente
partiría para Lisboa en el inicio de mi periplo Erasmus. Unos días antes me
había caído en la piscina y tenía la cadera hecha pedazos. Nos reunimos en casa
de Dani Alex, Dani, Sara, Bea y yo, a tajarnos como hacíamos siempre. Lo que
solíamos beber era whisky con coca-cola. Mientras bebíamos nos pusimos a jugar
al trivial. Ibamos Alex y yo contra Dani, Bea y Sara.
La borrachera iba
haciendo su efecto y provocaba que Alex y yo falláramos más de lo debido. Así
que finalmente Bea, Dani y Sara nos ganaron la partida. Nos dispusimos a salir,
Alex y yo íbamos más borrachos que una cuba. El destino era un garito de
Huertas, en el centro de Madrid.
Nos tomamos unas cuantas
copas más y la borrachera ya era de escándalo. En un corro con otros tíos Alex
empezó a hablar en voz alta, delante de las chicas:
- Esta tía que veis aquí
es una zorra, me la follo cuando quiero. Mira qué guarra que es, la muy puta -
refiriéndose a Bea.
- Alex tío, cálmate - le
dije, a pesar de mi estado etílico.
- Pero mira qué zorra
es, qué puta.
Estábamos en la planta
baja del garito y Alex se subió a la de arriba a darse una vuelta. Cuando bajó
se cayó por las escaleras y se clavó la barandilla en el estómago.
Ensangrentado y con los ojos encendidos se dirigió a nosotros.
- Puta mierda.
- Joder Alex, macho, ten
cuidado - le comenté.
- Que te jodan.
Yo siempre he sido muy
sensible a lo que acontece a mi alrededor. Y debido al alcohol en aquellos
momentos no tenía una percepción correcta de la realidad. Entonces sucedió algo
extraño. Era como si se me hubiese cruzado la personalidad con Alex. A partir
de ahí empecé a comportarme como él y también me puse a hacer el chorra. Me
coloqué delante de la barra y alargando el brazo por uno de los lados intentaba
robar cualquier cosa. Iba borracho perdido. Entonces ocurrió que la camarera de
detrás de la barra me vio y mi respuesta fue un movimiento brusco con el brazo
para sacarlo de ahí. Entonces me golpeé con la esquina de la barra, sonó
"crack!" y me había roto la clavícula. Aunque en aquel momento pensé
que sería un golpe sin importancia, la realidad es que sí la tenía. Entonces
las pocas luces que me quedaban me hicieron salir del local y pedirme un taxi
de vuelta a casa.
A la llegada a casa
intenté colocar mi brazo en una posición lo menos mala posible para poder
dormir, pensando que al día siguiente se me pasaría el dolor. Pero no fue así.
Al día siguiente me dolía incluso más. Pero no iba a sacrificar mi viaje
Erasmus por una tontería así, pensé.
El día siguiente lo pasé
en cama. Estaba hecho un cuadro, con la clavícula rota y la cadera hecha
trozos. Pero necesitaba escapar de ese lugar, pensé, una vez más
equivocadamente. No podía renunciar a mi periplo Erasmus. Con sólo salir de mi
hogar ya se arreglarán los problemas, era lo que creía. Pero los problemas no
iban más que a comenzar.
El domingo señalado, 22
de Agosto de 2004, salía mi autobús de Madrid a Lisboa. Era mi libertad, por
fin, después de 21 años iba a poder experimentar la vida por mí mismo. Dormí
poco en el viaje, debido en gran parte al dolor que sentía en el brazo. Me
sentía el dueño del mundo. Llegué a Lisboa muy pronto por la mañana, aún no
habían abierto el metro. Estaba sólo, con la clavícula rota y con la mochila de
peregrino a las espaldas machacándome mi maltrecha clavícula. Era una situación
extrema. Sin embargo, mi experiencia como peregrino me hizo avanzar sin mirar
atrás. Fue así cómo después de mucho sufrimiento conseguí llegar a la Universidad.
No había ni un alma. Debían ser las 8 de la mañana y lo único que veía era a la
gente de seguridad. Estuve esperando, durmiendo sobre mi mochila, a la
intemperie a que se fuese animando la gente. Por fin encontré el lugar
señalado, el edificio de ciencias, para mi encuentro con la coordinadora
Erasmus. Como no sabía qué hacer, saqué mi libreta de mi mochila y empecé a
copiar teléfonos de posibles pisos en los que podría albergarme. Después de un
rato, llegó Ana Paula, la coordinadora, y me reconoció al instante.
Me miró de arriba abajo
y dedujo que yo era un estudiante Erasmus. Me llevó a su despacho y estuvimos
charlando un rato. Me contó dónde impartían los cursos de portugués a los que
quería apuntarme y allí fui. Me apunté al curso gratis de portugués que daban a
los estudiantes Erasmus. A mi regreso encontré con Ana Paula a Kathrine y Unai,
dos estudiantes Erasmus como yo que también venían al curso de portugués.
Después de presentarnos
nos dirigimos a la oficina de gestión de las residencias universitarias. Ellos
dos tenían plaza en una de las residencias, pero yo no porque hice los trámites
de mi beca en el último momento. Esto me jodió bastante. Pero no podía hacer
otra cosa. Desde Madrid me había reservado por internet una cama en la Pousada
da Juventude de Lisboa y allí tendría que dirigirme después de asistir al curso
de portugués. Kathrine, con toda la dedicación, me explicó dónde se encontraba
dicho albergue. Ellos llevaban en Lisboa desde el domingo, al menos, y ya se
habían movido un poco por la ciudad.
Resulta que cuando
reservé por seis días el albergue estaba ya jodido de la cabeza. Pensé que
tenía que enviar los datos de la Visa y me equivoqué y les envié los datos de
la tarjeta de débito. Entonces les mandé otro mail con los datos de la Visa.
Así pues, las personas al mando del albergue tenían los datos de mis dos
tarjetas. Esto me provocó una preocupación añadida que más adelante explicaré.
Kathrine se fue a la
ciudad a sacar sus cosas del albergue y llevarlas a la residencia. Unai y yo
asistimos a la primera clase de portugués. Yo estaba realmente reventado. Pero
estaba curtido en esas lides. Mi experiencia como alcóholico me proporcionaba
un aguante sobrenatural.
Así pasamos la mañana.
Por la tarde llegaron a la clase Kathrine y Andre, otro chico alemán.
Aún faltaba por llegar
Alfonso, otro estudiante de Madrid. Al acabar las clases nos separamos y yo fui
a recoger mis macutos para dirigirme al albergue donde iba a residir en los
siguientes seis días. 6: el número del demonio. Cuando llegué al albergue
estaba a punto de sucumbir. Entonces vi una gran cola a la puerta. Resulta que
hasta las 4 no abrían. Esperé un tiempo y por fin pudimos entrar. Cuando llegué
al mostrador me preguntaron si había hecho la reserva, les dije que sí pero no
me hicieron firmar ningún papel. Me resultó extraño. Pero estaba demasiado
cansado como para preguntar. Lo único que deseaba era llegar a mi cama y
esperar que mi brazo dejase de dolerme. Llegué a la habitación y elegí cama
pues no había nadie más. Esto también me resultó extraño pues en la habitación
había 6 literas y una cama normal. Se supone que las habitaciones como mucho
podían albergar a 6 personas. Otra vez el 6. Entonces ¿por qué había allí una
cama extra? El dolor de mi brazo no me permitía pensar con claridad. Y sobre
todo, me jodía que en la residencia hubiese una cama libre debido a que Alfonso
no había venido aún.
En el albergue conocí a
mucha gente. Viajeros de todo el mundo, de Holanda, de Brasil. Todos ellos con
mucha pasta en el bolsillo. Yo les contaba que estaba allí comenzando mi
periplo Erasmus. Los días transcurrieron sin mucho cambio. De 11 a 4 teníamos
clase de portugués y después yo me dedicaba a llamar a los anuncios de
habitaciones que había recopilado en la universidad. Hasta que al cuarto día no
pude más y fui al hospital a que me miraran el brazo. Las noticias no fueron
muy alentadoras: tenía la clavícula rota. Me vendaron como a una momia. Aún así
yo no estaba por la labor de rendirme, tenía que seguir mi camino. Esa era la
enseñanza que aprendí como peregrino en el camino de Santiago. Al día siguiente
me presenté en el curso con todo el tronco vendado hasta el cuello y todos se
quedaron flipados. Qué hace aquí este yonqui, se preguntarían. Sin embargo, yo
seguía ahí como si nada.
Entonces Alfonso me dijo
que su compañero de habitación se piraba justo la noche antes de que a mí se me
acabara el albergue. Ni corto ni perezoso, decidí acoplarme a la residencia
universitaria en calidad de okupa. Con el brazo en cabestrillo, era una
situación extrema. Pero yo seguía ahí aguantando como un perro. Alfonso
encontró un anuncio de una casa con 5 habitaciones. Era perfecto para los 5,
pensó. Yo no estaba de acuerdo pues mi intención era impregnarme de cultura
portuguesa, no de meterme en la burbuja Erasmus, pues pensaba que eso sería
desperdiciar mi viaje. Además no me gustaban mis compañeros del curso de
portugués, no estaba muy convencido de que una convivencia con ellos pudiese
salir bien. Debido a este razonamiento, le dije a Alfonso que de momento yo
decía no al piso que iban a alquilarse.
Pero las cosas no iban a
suceder tan fácilmente. Resulta que debido a mi llamativo vendaje, en la
residencia se pisparon que éramos 5 los que entrábamos y sólo tenían
registrados a 4. Entonces lo primero que hicieron fue quitar las sábanas de una
de las camas de la habitación que compartíamos Alfonso y yo. No hay problema,
cogimos las sábanas de otra cama de la habitación que compartían Unai y André.
Al día siguiente se asomó la encargada de la residencia a nuestra habitación.
Estaba yo solo.
- ¿Cuantos estais en
esta habitación?
- Dos - contesté sin
ningún tipo de miramiento.
Entonces, cuando nos
fuimos al curso, nos sacaron una cama de la habitación de Alfonso y mía. Ya era
exagerado. Era la última noche que pasaríamos en la residencia, ya que estos al
día siguiente se mudarían al piso que se habían alquilado. Esa noche dormí en
el cuarto de Kathrine. Yo tenía más o menos apalabrada una habitación en un
piso cerca de aquel en el que acabarían viviendo mis cuatro compañeros.
Entonces sucedió algo. Ana Paula me ofreció una plaza en una de las residencias
de la universidad. Pero volví a cagarla ya que aposté que todo saldría bien con
la habitación que tenía apalabrada. Y no fué así.
Resulta que la dueña del
piso con la que apalabré la habitación me pedía los 300 euros que costaban los
dos primeros meses para el día siguiente. Con las tarjetas de mierda que me dio
mi padre no conseguí sacar más que 190. No tenía más pasta. Para más inri, jodí
una de mis tarjetas al meter la contraseña mal 3 veces seguidas. Estaba
realmente jodido. Y sobre todo, me extrañaba que no me dejara sacar pasta el
cajero. Mi mente comenzó a maquinar que posiblemente los del albergue habían
podido tomar mis datos para hacer compras por internet. Todo esto después de
haber dicho que no a una plaza en una residencia. Se me vino el mundo encima.
Entonces lo que decidí, después de que la dueña del piso me dijera que no podía
quedarme alli, fue llevar todos mis macutos al piso de los otros Erasmus,
creyendo que no habría problema en que me quedase viviendo allí. Pensé que se
alegrarían de encontrar al 5º ocupante. Los españoles sí que se alegraron. Pero
no sucedió así con los alemanes. Dijeron que no, que no me podía quedar con
ellos de forma definitiva. Que me quedase una semana de prueba y después
decidirían. Por su puesto, me sentí como una mierda. Pero me lo había ganado a
pulso después de tantos despropósitos.
Entonces me dije, sólo
tengo que esperar y dejar que pase el tiempo. El resto de estudiantes Erasmus
llegaría en pocos días y seguro que en ellos encontraría a alguien más afín a
mi personalidad. Pero la presión acumulada iba surtiendo su efecto. La convivencia
en el piso con los alemanes y los españoles se hizo horrible. Estaba allí como
invitado, sin derechos. Una puta mierda vamos. Resulta que habían pedido a Ana
Paula que buscase un 5º pasajero que no fuese ni español ni alemán. Me bajé con
Unai varias veces a Lisboa. De los 4 era con quien mejor me llevaba, junto con
André. Y así fueron pasando los días, hasta que llegó la fecha señalada como
presentación Erasmus. Yo había vuelto al hospital y me habían quitado el
vendaje. Ya estaba más presentable. Entonces conocí a Macarena, una chica de
Granada que tiene un papel importante en este episodio.
Los días siguientes me
desviví por todos mis compañeros Erasmus, ayudándoles a encontrar piso,
ayudándoles en cualquier cosa. Yo no tenía piso aún, pero preocuparme por mí
mismo era lo último que iba a hacer. Me recorrí Lisboa de arriba a abajo, mis
compañeros se cachondeaban de mí diciendo que iba a montar una agencia
inmobiliaria. La vida era agradable en esos días, yo ya me iba encontrando
mejor y conectaba bastante bien con las tías Erasmus. Sobre todo me centré en
las tías. Un día salimos Alfonso, Macarena y yo y me tajé a muerte. Me gustaba
Macarena. Pero una vez más el alcohol fue mi perdición. Los días pasaban y
llegamos a la fecha marcada como final de mi estancia en el piso de los
alemanes y españoles.
Entonces ocurrió que mis
compañeros de piso me ofrecieron quedarme con ellos. Y yo les dije que sí. Pero
ya había hablado del tema con Macarena y fue ella la que me aconsejó que lo
dejase. Sin tener aún piso, tuve los cojones de decir que no. Aquella noche
salieron todos los Erasmus, pero yo no salí porque no me quedaba más pasta.
Tenía que volver a Madrid para coger todas mis cosas y mudarme definitivamente.
Entonces les dejé una carta a Unai, Andre, Kathrine y Alfonso que escribí, al
lado de 100 euros por los 12 días que había pasado con ellos. La carta decía
resumidamente más o menos esto, en un inglés muy correcto:
"Es difícil para mí
escribir en esta lengua, pues viene de un lugar demasiado alejado de donde yo
procedo. Pero he pensado que era lo mejor, para que todos pudieseis entenderme.
La convivencia se ha hecho muy dura en estos días y esto me ha llevado a
decidir no quedarme con vosotros. Creo que os equivocáis con lo de no aceptar
ningún español o alemán. Cada persona es única y os estáis perdiendo mucho
limitando la llegada de personas de estos países. ¿Queréis que os diga de dónde
vengo yo? Puede que en mi carnet de identidad ponga que soy español, pero
realmente vengo de ninguna parte."
Me fui a acostar y a la
mañana siguiente me encontré un cuadro que no veas. André y Unai estaban
llorando en la cocina. Se habían llevado un susto de muerte. Se creían que me
había ido a la puta calle. Macarena aquella noche se enrolló con Alfonso y
durmieron juntos. Me jodió. Hablé con André y le dije que se fuera a dormir;
que no pasaba nada, que sólo quería expresarles mis sentimientos, para que
entendieran por qué había decidido no quedarme allí. Lo entendieron.
Resulta que después de
todo este episodio mi mente maníaca empezó a dar vueltas de forma imparable.
Había pasado demasiada presión. Un país nuevo. Gente nueva. Mi clavícula rota.
Una convivencia extrema. Demasiado para mi joven mente. Macarena estaba
hospedada en el piso de unos gays hasta que encontrase otro piso en el que
quedarse definitivamente. Entonces conocí a Josep, otro estudiante Erasmus de
Barcelona que también estaba residiendo allí y llevaba ya 2 meses en Lisboa
trabajando en una empresa.
Josep tenía apalabrado
un piso cerca del Bairro Alto, que es una zona céntrica de Lisboa. Macarena y
yo quedamos con él y fuimos a verlo. Resulta que sólo podían entrar en el piso
2 más. Entonces dije: "Ellos van antes", refiriéndome a Macarena y
Josep. En mi mente estaba la idea de ocupar la habitación de Josep en el piso
de los gays cuando este se mudase. Como el Quijote, quería deshacer tuertos.
Así se lo dije a Josep: "Cuando te vayas a mudar dile a tu casero que voy
yo, así quedas de puta madre".
El lugar en el que
estaban residiendo Josep y Macarena hasta ese momento era un sexto piso sin
ascensor. Era un piso totalmente bohemio y pensé que sería interesante la
convivencia con gays. Así que apalabré con el dueño de ese piso que a mi
regreso de Madrid me interesaría albergarme allí.
A mi vuelta a España
estaba totalmente necesitado de alcoholizarme. Después de todo lo que me había
pasado sólo tenía ganas de emborracharme para olvidar. Les conté a mis amigos
cómo había pasado esos días en Portugal. Sin embargo, mi forma de actuar era
especial. Estaba en pleno apogeo de mi fase manía. Pensaba que todos los
españoles eran fascistas, sólo por el uso que hacían del lenguaje. Así pues
empecé a llamarles a todos fascistas, a mi padre y a mi hermano, a mis amigos,
a todo el mundo que me encontraba.
Otra de las cosas que
había venido a hacer a Madrid era anular mis tarjetas, que tanto quehacer me
habían causado. Pensaba que me habían robado los del albergue. Las piezas
encajaban. Yo no podía sacar pasta, les había dado los datos de las dos
tarjetas, y los del albergue eran nazis. Antes de volverme a Madrid le dije a
Ana Paula: "La gente del albergue es mala", refiriéndome sobre todo a
su ideología neonazi.
En casa les dije a mis
padres que si querían me quedaba en Madrid, renunciaba a la beca y todo eso. Al
principio me dijeron que cómo iba a dejar la beca. Entonces explotó mi locura.
Les dije las cosas claras, lo mucho que me habían jodido la vida. Me notaron
especialmente tenso. Empecé a insultarles y a llamarles de todo. Tenía
demasiado rencor guardado en mi interior. Entonces me dijeron que no me fuese,
que me quedase en Madrid. Eso era lo que estaba esperando, que se sincerasen
conmigo, que se quitasen el disfraz. Y entonces les dije: "¿Como? Así que
no queréis que me vaya, eh? Dejad de joderme la vida!!!". Lo siguiente que
me dijeron fue ir a consultar a un especialista. Entonces mi respuesta fue:
"Yo no estoy loco!!!". Finalmente me salí con la mía y me dejaron
partir para Portugal. Pero ya estaba demasiado jodido.
Antes de regresar a
Portugal, llamé a Macarena y le dije que me gustaba. Le dije también que mi
vida era una mierda. Otra vez más no supe esperar a que los acontecimientos se
sucedieran como es debido. Mi fracaso con las mujeres era total.
Regresé a Lisboa sólo y
con la cabeza llena de pájaros. Llamé al dueño del piso de los gays y le dije
que si tenía sitio. Me dijo que sí y allí me metí. No había dormido
prácticamente nada en el viaje. Estaba eufórico. Nada más llegar le dije a
Macarena que desde pequeñito toda la gente me había pegado. Naturalmente esto
le hizo alejarse de mí. Cuando las cosas te van bien todo el mundo se te
acerca, pero cuando te van mal eso ya es otra cosa. Entonces entré en depresión
total. No supe aceptar el rechazo de Macarena, aunque la realidad es que ni
siquiera le di tiempo a que me rechazara, fui yo sólo el que asumió su
alejamiento temporal como un rechazo. En el piso de los gays me pasaba las
tardes charlando con mis compañeros de piso, con Alberto, uno de los dueños, un
tío muy majo, y unas chicas francesas.
- Pienso que una de las
razones de que el español no se hable más en todo el mundo es la pronunciación
de la r doble – comenté una de mis originales ideas – en portugués, por
ejemplo, la gente pronuncia la r como le sale de los cojones, unas veces como
en francés, otras como en español.
- Interesante – me
comentó Alberto.
- Y luego los padres que
llevan a los niños que no pronuncian bien la r a los logopedas, como Macarena –
proseguí con mi ideología hiper-crítica con todo lo español. Macarena estudiaba
para logopeda.
Otra cosa que recuerdo
de lo que le comentaba a Alberto es esto:
- Las personas no somos
máquinas, seguimos siendo animales – expuse con mi grandilocuencia
característica.
- Sí, todos cagan, ¿no?
– me apoyó Alberto.
- Y después, ¡se tienen
que limpiar! – Alberto estalló en carcajadas.
Los días siguientes los
pasé bastante mal. Recuerdo a un portugués que me vio en la universidad y me
dijo en correcto castellano: "Espero que todo te vaya bien aquí".
Entonces conocí a Andreu, un amigo de Josep, que había venido a conocer Lisboa.
Le acompañé en sus viajes turísticos y le contaba todo lo que me venía a la
cabeza, que eran muchas cosas. Creía que el fascismo había sido demasiado cruel
con nuestra querida Iberia. Que los verdaderos artistas de nuestra patria
acababan o en la droga o en los psiquiátricos. Yo estaba muy afectado por los
atentados del 11-M en Madrid y pensaba que la península ibérica sigue teniendo
mucha influencia árabe, a pesar de todo. Andreu me escuchaba pacientemente
mientras caminábamos por Lisboa.
Cuando Andreu volvió
para Barcelona me quedé como Don Quijote sin su Sancho Panza. La soledad me
hizo enloquecer. Creía que me querían matar por ser uno de los pocos que había
encontrado la verdad. Como al Ché, a García Lorca o a Victor Jara, antes que
yo. Empecé a creer que yo era como ellos, un luchador por las buenas causas, un
luchador contra el fascismo. Y se me piró la pinza. Lo que decidí fue comprarme
una botella de whisky y dar rienda suelta a mis pensamientos extravagantes. Entré
en un museo y escribí todo lo que tenía dentro de mi alma, que fue agradecer a
todas las personas que había conocido el haberme librado de la locura. Pero
quizás ya era demasiado tarde. Al salir del museo vi a dos personas entrar
portando lo que mis alucinaciones me hicieron creer armas de fuego. Salí de
allí y me dirigí a la parada de taxis más cercana. Al puente del 25 de Abril,
le dije al chofer. Y allí me dejó. Con mi botella de whisky, mi mochila y mis
alucinaciones.
En aquellos momentos
toda mi vida pasaba por delante de mis ojos. Intentaba encontrar una
explicación a mi sufrimiento. Pero sólo encontraba razonamientos extraños. Me
empecé a creer un Mesías e hice una cruz bajo el puente. Me seguí tajando a
muerte. Ya iba ciego perdido cuando me encontré a un tren en frente mío, a
punto de arrollarme. Iba con 3 portugueses que no sé lo que estaban haciendo
allí. Sin embargo, llevaban una furgoneta de lo que podía ser el Samur
portugués. Después del episodio del tren seguí emborrachándome a muerte. Pero ahora
a mis alucinaciones se añadió una manía persecutoria. Seguí caminando y
emborrachándome. Lo poco que recuerdo es ver a unos tíos peleándose en la calle
y un tío que me dejó su coche para pasar la noche. En el interior del coche
había un blog de redacciones hechas por otros Erasmus. Algo así como las pautas
para una revolución cultural en el seno de la Unión Europea, pensé. Demasiado
para mi joven mente. Empecé a hablar sólo creyendo que me estaban escuchando
desde algún sitio. Empecé a dar las gracias a todos los genios que me habían
iluminado. Más que nunca, me creía un Mesías. Intenté arrancar el coche en
vano. Quité el freno de mano y el coche se deslizó un poco hacia abajo. Un
tranvía pasaba una y otra vez. Uno de los conductores se bajó a ver qué pasaba,
pues el coche estaba metido un poco en la carretera. Yo lo que quería era que
me ayudase a arrancarlo, pero no encontraba las llaves por ningún lado.
Poco antes de amanecer
abandoné el coche. Me puse a caminar descalzo por los adoquines de Lisboa. En
un árbol en frente del coche encontré un palo de madera que utilicé como
bastón. Así seguí caminando hasta que encontré un parque. Allí me puse a
meditar sobre lo que me estaba sucediendo. Me columpié un rato. Una señora pasó
con sus niños. Asustada, se alejó rápidamente. Al rato volví a caminar. En una
calle amplia encontré a un policía y le dije que me habían robado. Le pregunté
por el hospital. Me acompañó a coger un taxi. Pero yo quería seguir mi vía
crucis particular. Así que al taxista le dije que me llevase hasta Oriente, que
es donde hicieron la expo del 98. Cuando llegamos me puse a beber zumo de
naranja de forma exagerada en un chiringuito que encontré, la gente se paraba
cuando me veía y se quedaba flipando. Cuando me quedé sin fuerzas me dirigí a
la comisaría más cercana, dentro de un centro comercial de allí. Me cogieron un
taxi y me llevaron al hospital.
En el hospital lo
primero que dije fue que tenía miedo de las personas. Pero no me hicieron mucho
caso. Lo que entendí después es que dejaron que mi locura llegase hasta el
final. Me dieron cita para ir al día siguiente a hablar con un psicólogo y
posteriormente con un psiquiatra. Los policías fueron a mi casa, a la casa de
los gays y vinieron las dos chicas francesas a recogerme. Pero yo seguía
estando fuera de mí. En cuanto abandonamos el hospital empecé a pedir zumo de
naranja y me marché. Las dos chicas me dejaron irme, creyendo que iría a por
zumo de naranja y volvería pronto. Pero no fue así. Llegué hasta una gasolinera
y me compré un par de botellas de Sunny Delight. Después de bebérmelas dentro
de la gasolinera, empecé a vomitarlo. La dependienta me insultó un poco y salí
de allí.
Lo siguiente que hice
fue llamar a los telefonillos de unos edificios que encontré. Quería hablar con
Einstein. Después descubrí el número de Dios, el 0. Mi mente perturbada dedujo
que nuestros nombres eran números en realidad y que cada uno de nosotros tenía
un número asignado. Los números auténticos eran del 1 al 6. El 0 era el número
de Dios. A partir del 7 eran una invención moderna para cuadrarlos hasta el
número 10, y así se obtenía el sistema decimal.
Seguí caminando y entré
en el estadio del Sporting de Lisboa. Estaba como una puta cabra, fuera de mí.
Empecé a vaciar los extintores. Poco después se activó la alarma anti-incendios
y comenzó a caer agua del techo. Me pegué una ducha y cerré los ojos. Entonces
creí ver a la santísima Trinidad. Nunca había estado tan cerca de Dios, pensé.
A continuación aparecieron unos policías con malas pintas que empezaron a
cascarme. Yo me acurruqué como si fuese el cordero de Dios que quita el pecado
del mundo y dejé que me pegaran. Por fin llegó otro policía con mejor aspecto
que me preguntó si quería denunciar a los otros policías que me habían pegado.
Le contesté que no, que no quería denunciarles.
Me llevaron a una
comisaría cercana y me preguntaron mis datos. Al final revelé mi auténtica
identidad y el lugar donde me hospedaba en Lisboa. Entonces vinieron el casero
y dos compañeros de piso. Me trajeron ropa para que me cambiase. Pero mi locura
seguía a flor de piel. Primero fui a un psiquiátrico un poco extraño, la
enfermera que me atendió llevaba una carta. Nunca sabré lo que contenía. Me
hicieron algunas radiografías, yo seguía dándole vueltas al coco y me creía una
especie de Terminator al que habían implantado el cerebro de Jesucristo,
conservado durante dos milenios en recipientes llenos de whisky.
Finalmente me sacaron de
allí porque no me correspondía aquel hospital. Me llevaron a otro hospital y yo
seguía ahí haciendo mi revolución particular. La médico que me atendió me
preguntó por qué hacía todo aquello y le contesté que lo hacía por las mujeres
del mundo. Poco después aterricé en lo que me estaba sucediendo, resulta que me
estaban encerrando. Entonces enloquecí más si cabe. Me quería escapar. Pensaba
que me querían lavar el cerebro. No estaba tan lejos de la realidad. Empecé a
decir que era el hijo de Johnny Depp y me creía un indio mohicano. Me puse a
aullar como hacen los indios, uuh uuuh uuuh uuh uuh. Por fin me metieron unos
cuantos chutes y me llevaron al psiquiátrico.
Tengo vagos recuerdos de
lo que sucedió después pero tampoco es tan importante. Drogado completamente
vinieron mis padres a verme. Charlé con el psiquiatra y le conté mi rollo
revolucionario. Y empecé a escribir poesía. Arrojé un poco de luz dentro de
aquel lugar. En total, estuve 2 semanas en el psiquiátrico. Después de aquello
volví a Madrid y estuve un largo tiempo con una depresión brutal. Pero ahora
veo todo aquello como un renacer que tuve."
Madrid, 1 de Noviembre
de 2005.