Yo
estaba en época de exámenes. Había rendido dos finales y un parcial.
Tenía fecha para mi siguiente examen en una semana y la
materia era muy larga.
—No voy a llegar –le dije a Jorge
—. Es inútil seguir poniendo energía
en una causa perdida. Creo que
lo mejor es
presentarme con lo
que sé hasta
ahora; así, por
lo menos si
me bochan no
habré desperdiciado esta semana estudiando.
—
¿Conoces el cuento de las dos manitas? –preguntó el gordo.
Había
una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de crema. Inmediatamente
sintieron que se hundían; era imposible nadar o flotar mucho tiempo en esa masa
espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos patalearon en la crema para
llegar al borde del recipiente pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el
mismo lugar y hundirse. Sintieron que cada vez era más difícil salir a la
superficie a respirar. Una
de ellas dijo en voz alta:
—No puedo
más. Es imposible
salir de aquí,
esta materia no
es para nadar.
Ya que voy
a morir, no
veo para qué prolongar este dolor. No entiendo qué sentido tiene morir
agotada por un esfuerzo estéril. Y dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez
siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La
otra rana, más persistente o quizás más tozuda, se dijo:
—
¡No hay caso! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin
embargo ya que la muerte me llega, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quisiera morir un segundo antes de
que llegue mi hora. Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo
lugar, sin avanzar un centímetro. ¡Horas
y horas!
Y
de pronto... de tanto patalear y agitar, agitar y patalear... La crema, se
transformó en manteca. La rana sorprendida dio un salto y patinando llegó hasta
el borde del pote. Desde
allí, sólo le quedaba ir croando alegremente de regreso a casa.
E
assim, com a força interior que ainda sinto, vou a nadar até se tornar
manteiga!
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